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Infraestructura verde: el esqueleto invisible de la ciudad latinoamericana


A lo largo de Octubre Urbano hemos insistido en una premisa sencilla y exigente: la ciudad es un organismo vivo y su infraestructura verde —arbolado, quebradas, humedales, suelos permeables, parques lineales— es su sistema circulatorio. Entre los días 11 y 19 recorrimos ideas y urgencias: escuchar la ciudad desde la vivienda, reparar nuestras quebradas, persistir en el tiempo más allá de inauguraciones, hacer de la participación un método, y responder a la crisis con justicia espacial. Hoy condensamos esa conversación en una tesis editorial: sin infraestructura verde, no hay resiliencia posible; con ella, la ciudad aprende a adaptarse y a cuidar la vida cotidiana.


Lo urbano empieza con la vida, no con el objeto. Jan Gehl lo dijo con precisión:

“First life, then spaces, then buildings — the other way around never works.”

Esa inversión del orden —primero la vida, luego el espacio, después la edificación— nos recuerda que toda intervención verde debe nacer de quienes caminan, juegan, trabajan y habitan; no de un plano aislado en la oficina.


Frente al clima cambiante, la gestión del agua es columna vertebral. El paisajista Kongjian Yu sintetiza la estrategia de ciudad-esponja:

“Whenever rain falls, we retain as much as possible… we slow down the flow and let the earth take in the water.”

Convertir calles, plazas y riberas en superficies que infiltren, almacenen y evaporen agua no es un lujo estético: es una protección contra inundaciones, olas de calor y sequías, a la vez que multiplica biodiversidad y espacios públicos.


Ese cambio de paradigma exige, como señala Herbert Dreiseitl, convertir “las ciudades en paisajes de agua” y “dar tiempo y espacio al proceso del agua”: sacar el ciclo hídrico a la superficie, descentralizarlo, hacerlo visible para que pueda ser cuidado. En contextos andinos, eso significa reconocer a las quebradas como estructura natural de la planificación y no como tubería a soterrar.


En Sudamérica, tres experiencias demuestran que la infraestructura verde produce beneficios urbanos medibles cuando se planifica como sistema y no como adorno.


Medellín impulsa Parques del Río Norte: 30 hectáreas nuevas a lo largo del río y nueve afluentes, con soluciones basadas en la naturaleza para reducir riesgo de inundaciones y el efecto de isla de calor, mientras mejora el acceso a espacio público para cerca de 390.000 personas. Evaluaciones independientes estiman que, en 30 años, por cada dólar invertido el proyecto retornaría USD 1,67 en beneficios ambientales, económicos y sociales, incluyendo salud pública y actividad comercial.


Santiago de Chile trabaja el proyecto Mapocho 42K como columna este–oeste que conecta once comunas con una gran “promenade” ribereña para caminar y pedalear, cosiendo parques existentes y potenciales en un corredor verde continuo. No es solo movilidad sostenible; es también reparación del paisaje fluvial y de la memoria de un río históricamente marginado.


Bogotá avanza en el Corredor Verde de la Carrera Séptima: más que una obra de transporte, una apuesta por espacio público, movilidad cero emisiones y soluciones basadas en la naturaleza sobre la arteria cívica más emblemática de la ciudad. El diseño prioriza al peatón y la bicicleta, integra vegetación y biodiversidad, y se construye con diálogo social para transformar cultura urbana, no solo flujos vehiculares.


Estas experiencias comparten un hilo técnico y político: la infraestructura verde solo funciona si es continua, si se conecta con quebradas, cerros, calles arboladas y patios de barrio; si mezcla drenaje urbano sostenible con corredores peatonales y ciclistas; si se gobierna con mantenimiento y datos, no con fotos de inauguración. En Medellín, la extensión verde amortigua crecidas y mejora la calidad del aire; en Santiago, el Mapocho deja de ser borde residual y se vuelve espina dorsal metropolitana; en Bogotá, la Séptima se reimagina como salón urbano de aire limpio. No es casual que estas apuestas midan beneficios en salud, economía local y biodiversidad: cuando el agua y el árbol se vuelven infraestructura, la vida cotidiana mejora.


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La teoría acompaña esta práctica. Ken Yeang recuerda que: “Los edificios deberían imitar los sistemas ecológicos”. Lo construido se integre metabólicamente con la naturaleza —energía, agua, hábitat— y no la supla con más maquinaria. Esta idea, aplicada a escala urbana, implica pasar de “islas verdes” a corredores ecológicos que atraviesen barrios y conecten hogares, escuelas y mercados con riberas y laderas.


También nos guía la lección de Design with Nature de Ian McHarg: leer el territorio antes de proyectar, para ajustar usos del suelo a su vocación ecológica y a sus límites. En ciudades andinas eso se traduce en respetar retiros de quebradas, estabilizar taludes con bioingeniería y abrir espacio para inundaciones controladas. Cuando olvidamos esa gramática —sellamos ríos, rellenamos cauces, talamos sombra— las consecuencias son conocidas: deslizamientos, islas de calor, pérdidas humanas y económicas. La historia reciente del Machángara en Quito es un recordatorio del costo de postergar saneamiento e infraestructura verde: degradación de agua y ecosistemas por décadas.


Si Octubre Urbano de este año puso el foco en Urban Crisis Response, nuestra respuesta como colectivo es concreta: planificar la ciudad como un sistema vivo, donde el verde no sea decorado sino servicio público esencial. Ello demanda continuidad (planes que sobrevivan a los ciclos políticos), mantenimiento (presupuestos e indicadores claros), participación (códiseño y control social) y justicia espacial (empezar por los barrios más vulnerables). No basta con plantar; hay que interconectar. No basta con medir; hay que sostener en el tiempo. Y no basta con grandes obras; hay que sumar aceras que infiltran, patios que sombrean, techos que retienen, riberas que respiran.


Desde Taller 2-12 seguiremos tejiendo esta conversación con mirada crítica y esperanzadora: ¿dónde puede tu barrio convertirse en esponja urbana mañana —qué vereda podría dar sombra, qué patio captar lluvia, qué quebrada reabrirse al paisaje? Conversemos y sumemos iniciativas, datos y eexperiencas.


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