Ciudades que recuerdan, reparan y redistribuyen: reflexiones en el Día Mundial de las Ciudades
- Taller 2-12

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En el cierre de este Octubre Urbano, las ciudades latinoamericanas vuelven a situarse en el centro de la conversación global. No como vitrinas arquitectónicas, sino como territorios vivos que sienten, resisten y aprenden. Hemos dedicado diez días a pensar el suelo —ese soporte silencioso donde se juegan los sueños, los conflictos, los derechos y las memorias. Pero también a pensar lo que ocurre sobre él: vínculos, cuidados, silencios, desigualdades y posibilidades de futuro.
Si algo nos ha enseñado este mes, es que la ciudad no es solo un objeto a diseñar: es una relación a reconstruir.
Hoy sabemos que la ciudad —como organismo colectivo— no puede limitarse a crecer. Tiene que regenerarse. Tiene que aprender a sanar los daños que ella misma ha generado: cauces enterrados, barrios desplazados, humedales convertidos en relleno, comunidades fracturadas en nombre del desarrollo.
“Las ciudades del futuro no serán las que más crezcan, sino las que mejor aprendan a regenerarse.” Sylvie Bénard
Regenerar no es restaurar lo perdido de manera nostálgica, sino reactivar la capacidad de la ciudad para sostener la vida: humana y no humana.
Pero regenerar también es comprender el tiempo urbano. Nada en la ciudad permanece; nada es definitivo. La planificación debe aceptar ese movimiento constante —lo efímero, lo reversible, lo que cambia— para no condenar la ciudad a la rigidez y al fracaso. Izaskun Chinchilla nos lo recuerda: “Diseñar para lo efímero no es una renuncia; es aceptar que lo vivo también construye la ciudad.” La ciudad viva no se teme al cambio: lo incorpora como parte de su biología.
Desde ahí llegamos al corazón del debate: el suelo. El territorio no es una página en blanco, sino un tejido de memorias geológicas, sociales y ecológicas. Bajo cada calle hubo un cauce, un sembrío, una comunidad. Sin embargo, la expansión urbana ha tratado el suelo como si fuera infinito, borrando sus historias para reemplazarlas por un modelo homogéneo de ocupación.
“El suelo no es una superficie para ocupar, sino un sistema vivo que debemos entender antes de intervenir.” Jorge Wilheim
En América Latina, donde las mejores tierras se concentran en manos de pocos y los suelos de riesgo se destinan a los más vulnerables, hablar de suelo es hablar de justicia espacial. No existe derecho a la vivienda sin derecho a la tierra urbana. No existe sostenibilidad sin suelo vivo. No existe equidad sin redistribución territorial.
“El derecho a la ciudad no es solo habitarla, sino transformarla según nuestras necesidades colectivas.” David Harvey
Pero el suelo también es mercancía, y ese es el dilema ético de nuestras ciudades: donde debería haber derecho, hay especulación; donde debería haber comunidad, hay plusvalía. Henri Lefebvre lo dijo sin rodeos: “Cuando el espacio se convierte en producto, la vida urbana se empobrece.” Hoy más que nunca necesitamos recordar que el valor del suelo no está en su renta, sino en su capacidad de sostener vida, memoria y encuentro.
Esa mercantilización ha roto equilibrios. Ha privatizado playas, cercado parques, desplazado familias y rellenado quebradas. Ha normalizado la idea de que la ciudad pertenece a quien puede pagarla, no a quien la habita y la cuida.
“Cuando el suelo se convierte en activo financiero, la vivienda deja de ser un derecho". Raquel Rolnik
Revertir esta lógica requiere valentía política, pero también voluntad ciudadana: recuperar planificación pública, regular la especulación, proteger suelos ecológicos y garantizar acceso equitativo a tierra urbana.
El suelo no solo soporta edificios: soporta vínculos. Jane Jacobs lo intuía al observar la vida callejera de Nueva York: “Las aceras son los órganos vitales de la ciudad.” Y tenía razón: los primeros derechos urbanos nacen en el encuentro cotidiano, en el espacio público que invita a conversar, a caminar, a reconocernos como comunidad. Cada metro cuadrado que cedemos al automóvil, al muro o a la reja es una historia urbana que no ocurre, una ciudadanía que no se teje.

Por eso hoy hablamos de gestión colectiva del territorio. La planificación urbana no puede hacerse a puerta cerrada. Los barrios conocen su paisaje emocional y ambiental mejor que cualquier plano técnico. Alejandro Aravena lo expresa con claridad: “Los ciudadanos no son el problema, son parte de la solución.” Escuchar es planificar mejor. Participar es gobernar el territorio desde la proximidad y el cuidado.
Y en este tránsito hacia el Día Mundial de las Ciudades, surge una pregunta inevitable: ¿qué legado territorial dejará nuestra generación?
Paula Santoro lo resume como un deber ético: “Planificar el suelo es cuidar el futuro.” No planificarlo —o planificarlo al servicio de la renta— es hipotecar décadas de vida urbana. Hoy sabemos que proteger suelos verdes, restaurar quebradas, densificar con justicia, asegurar vivienda asequible y repensar movilidad no son lujos progresistas: son medidas de supervivencia colectiva.
En estos días hemos reconocido que la ciudad es memoria, conflicto, derecho, suelo fértil, espacio común, proceso vivo, responsabilidad histórica.
Pero también es invitación: a mirar el territorio con ojos más atentos, a contribuir desde prácticas pequeñas pero poderosas, a construir comunidad desde la palabra, la escucha y la acción.

Este Octubre Urbano nos deja una convicción:
Las ciudades que sobreviven no son las que más construyen, sino las que mejor cuidan.
Las que recuerdan lo que hubo, redistribuyen lo que tienen y regeneran lo que dañaron.
Las que entienden el suelo como bien común, y la planificación como pacto social y ambiental.
Te invitamos a seguir esta conversación, a sumarte a nuestra comunidad y a caminar junto a nosotros en este ejercicio de imaginar —y construir— ciudades más humanas, más verdes y más justas.
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